Jasone Aretxabaleta, Fausto Canales y Yolanda Meneses son algunos de los familiares de víctimas del Valle de Cuelgamuros que ya han visto los trabajos de exhumación, una experiencia dura en parte pero que tanto ellos como los psicólogos y forenses que los acompañaron ven como una vía más de reparación.

Las visitas de familiares comenzaron el pasado 29 de abril y se prolongarán al menos hasta un total de cuatro jornadas, todas ellas en lunes, al ser el día en que el recinto del Valle de Cuelgamuros (antiguo Valle de los Caídos) cierra al público. Por el momento, han aceptado la invitación del Gobierno español para ver los trabajos de exhumación más de medio centenar de las 166 familias que han reclamado recuperar los restos de sus seres queridos enterrados en el Valle.

Para Jasone Aretxabaleta la visita fue muy complicada, ya que nunca había estado en el Valle y desde el momento en que atisbó la gran cruz desde la carretera le entró “mucho miedo”. Una vez dentro, sufrió momentos de “angustia” por la humedad, la oscuridad y la visión de cajas rotas y de huesos en el laboratorio instalado en la propia basílica para los trabajos de exhumación, pero con los días tiene una visión mucho más optimista. “El trabajo que se está haciendo allí es un triunfo para la democracia. El esfuerzo que están haciendo (los profesionales del equipo) para devolver la dignidad a los muertos y a las familias es increíble”, dice.

“La visita me ha servido para cerrar del todo el círculo de mi investigación (familiar) y el ciclo de recuperación de restos”, comenta Fausto Canales, de 90 años, uno de los familiares pioneros en demandar la recuperación de restos del Valle y de los primeros también en visitar los trabajos de exhumación. Fausto es además uno de los familiares afortunados, ya que en las labores de exhumación que empezaron el pasado mes de junio se han identificado genéticamente los restos de once personas, entre ellos los de su padre, Valerico Canales, mientras que los de su tío, Victorino Canales, aún no han sido localizados en el Valle. Por ello, a la emoción y la alegría de ver el lugar donde estaba la caja de su padre, perteneciente al grupo de los denominados “siete de Pajares”, naturales de Pajares de Adaja (Ávila), se suma el “dolor” de pensar que aún “faltan muchísimas personas” por recuperar.

También ha tenido suerte Yolanda Meneses, la nieta pequeña de Rito Martín, de Navalmoral de la Sierra (Ávila), cuyos restos estaban en la misma caja que los del padre de Fausto y ya fueron igualmente identificados y entregados a sus familiares. En su caso, asegura que la visita le ha servido para tener “tranquilidad”, aunque físicamente fue una experiencia difícil por la humedad presente en el ambiente, hasta el punto de ser casi “asfixiante” en algunos momentos. “No es una visita al uso, es algo que ayuda también a resignificar ese lugar (...) humanizas ese espacio y toda la labor que están haciendo allí”, afirma.

Un sinfín de emociones

En el recorrido visitan las instalaciones del Valle, las antesalas de las criptas donde han comenzado las exhumaciones y el laboratorio donde se hace un análisis preliminar de los restos, en todo momento acompañados por el responsable del equipo forense, Francisco Etxeberria, por arqueólogos y por dos psicólogos con experiencia con víctimas de conflictos. “Nos reconforta ver que las familias se sienten agradecidas y creo que estamos haciendo un ejercicio mínimo de reparación”, señala Etxeberria.

También los psicólogos que forman parte del equipo coinciden en las bondades de las visitas, donde ayudan a los familiares a preparase para lo que van a ver y a gestionar posteriormente las emociones vividas. “Es un acto que para ellos significa una reparación”, dice Florentino Moreno, mientras que su compañero Miguel Ángel Estévez subraya la importancia de que las visitas no sean algo “retraumatizante”.