Menuda sorpresa se llevaría quien pensara que acudía a Euskalduna Jauregia a una cita nostálgica con unos Errobi reumáticos y apocados por el paso de los años… y las décadas. Las 2.200 personas que abarrotaron el palacio bilbaino asistieron a un concierto de casi dos horas inolvidables que festejó el 50º aniversario de estos pioneros del rock euskaldun que, como no podía ser de otra manera, ofreció lo que se esperaba de ellos: una mezcla de folk, rock y sonidos progresivos de los 70 marcada por un volumen brutal y fiero, y tonadas reivindicativas –patria, euskera, libertad y lucha de clases– con espacio para la diversión e, incluso, el amor.

A cada uno lo suyo. A ver, incluso antes de Benito Lertxundi y Mikel Laboa, el disco Belar hostoak de Txomin Artola y el Bizi bizian de Errobi supusieron un auténtico descubrimiento para quien suscribe, un adolescente de una Ezkerraldea donde el euskera era un idioma exótico y desconocido, y donde el rock tardó en anidar hasta la llegada del punk. Y fue allí donde Mixel Ducau y Anje Duhalde nos abrieron las puertas a una cultura tan desconocida como exuberante –apenas empezábamos a descubrir también a Deep Purple y Pink Floyd– y a una fusión entre raíces vascas y vientos anglosajones que tardó en ser asimilada por los guardianes más ortodoxos de la tradición.

No sé si a Errobi les llegaron a tildar de Judas y traidores, como a Dylan cuando se electrificó, pero les costó salir adelante cuando editaron su debut, hace ahora medio siglo, con muchos rostros torcidos ante su propuesta de fusión. Hoy, los de Iparralde son ya historia, historia viva, como comprobó un Euskalduna abarrotado la tarde noche del sábado por una generación que, en su mayor parte y a excepción de algunos veinteañeros y treinteañeros de oídos abiertos y valientes, vivió aquel tránsito de los kantaldis reivindicativos de cantautor a escenarios dominados por la electricidad y el baile.

Hasta algunos de quienes acabaron con aquella generación, incluido el líder de Hertzainak, Josu Zabala, que lideró aquel adolescente, provocador y punk Hil ezazu aita, rindió pleitesía ayer a Errobi. El aita reivindicado y aplaudido 50 años después. Cosas y prejuicios de la edad que arrinconan el paso del tiempo, la madurez y la apertura de miras. Medio siglo después, el rock puede ser cosa de viejunos, pero los puretas de Euskalduna tardarán en olvidar el concierto patrocinado por la Diputación Foral de Bizkaia.

Volumen brutal Barón Rojo, otros pioneros, en este caso estatales y del rock duro, titularon uno de sus discos Volumen brutal. Nada mejor para definir la tormenta sónica que nos cayó con el saludo de Errobi. Llegó con Agur t´erdi, con Ducau a la eléctrica, Duhalde a la acústica y ambos jugueteando con su gargantas en esas armonías vocales que marcaron una época. Rock´n´roll a tope, eléctrico y fiero que prosiguió con el inolvidable Gure lekukotasuna, donde se lucieron los lugartenientes del quinteto: el hijo de Anje, Txomin Duhalde a la batería, Rémi Gachis a la guitarra e Iñigo Telletxea al bajo.

Tirando principalmente del repertorio de sus dos primeros discos, vivimos un regreso al sonido y la estética de los años 70 en una velada salpimentada con fusiones estilísticas imposibles, solos constantes –y más de uno– en cada canción, con Anje a la voz principal y clásicos como Kanpo, Aitarik ez dut y Nagusiaren negarrak que nos llegaron entre un sonido prístino y con pegada, eléctrico hasta el aplastamiento, como algunos de sus mensajes, que contrapusieron “la belleza” de Euskalduna Jauregia con la lucha y huelgas de los obreros –“beti lan eta lan”– del astillero sobre el que se levantó el palacio actual.

Progresivos y acústicos Ametsaren bidea, la cumbre progresiva de Errobi, se llevó casi 15 minutos de concierto, un cuarto de hora donde los sueños cobraron vida entre cambios de ritmo constantes, solos interminables de Ducau mirando al techo, juegos de luces efectivos, guiños a la bertsolaritza con voces dobladas a capella y la aportación de una txirula exótica entre tal magma sinfónico.

Después llegó un receso acústico, con la pareja sentada y guitarras desenchufadas que revelaron la faceta más folkie de Errobi con Perttoli, Ez deat erranen, seguida con palmas por el público, y sí, “un espacio para el amor” con la balada dulce Zuretzat, recibida con aplausos. Fue un engaño, ya que el quinteto recuperó la bronca eléctrica y el volumen brutal con Alboka, instrumento homónimo incluido de Ducau, y la posterior Txileko langileria con arreglos country rock.

Entre tanta reivindicación, con la crítica Telebista incluida con sus “tirurís tururás”, también hubo tiempo para la diversión pura, como mostró Rock eta rollin, con su regreso al sonido de los pioneros rockeros de los 50 y con Ducau saliéndose tocando el saxofón y, de paso, poniendo a prueba la resistencia y flexibilidad de sus rodillas. Juguetón y bailón llegó a jugar con el paso del pato de Chuck Berry antes de que las butacas enloquecieran cuando sonó “gure toko eder guztiak…” en el arranque de Nora goaz. La reacción del público fue compartir aquello de “atzar hadi! atzar hadi! Euskal Herriaren alde”.

Y en la recta final llegó la repetición de Agur t´erdi y una Euskadi ya con el público con las gargantas inflamadas y cantando “gure aberri bakarra” a pleno pulmón. Patria, libertad, sueños, amor, diversión, ironía y lucha de clases. Rock, folk y sonidos progresivos. Eso fue Errobi en su corta carrera… y en Euskalduna. Revitalizados y, nuevamente sentados, con sorpresa final incluida: un Gure zortze resilente, combativo y casi utópico en 2024 compartido con su gente. Su despedida, ese agur conmemorativo, se quedó a medias, ya que el Victoria Eugenia donostiarra podrá disfrutar del grupo en la ceremonia en la que se le entregará el Adarra Saria el 21 de junio.