Cuenta Patrick Thomas (Liverpool, 1965) que se siente cómodo en Bilbao, porque su esencia es parecida a la de su Liverpool natal. “Ambas ciudades hablan un idioma que no tiene nada que ver con el resto del país. El liverpudlian es muy especial”. Hace el apunte sentado en un taburete y apoyado en la pequeña barra desplegable de un bar cercano a Muxikebarri (Getxo), el centro donde Serifalaris –el festival de diseño y creatividad getxotarra– ha celebrado su última edición. En su marco, ayer ofreció una conferencia en la que repasó carrera, vida y obra.

El artista gráfico –confiesa, eso sí, que no siente que ese traje se le ajuste perfectamente al cuerpo– crea con un objetivo en mente: el alcance. Pretende que su trabajo sea capaz de interpelar al mayor número de personas posible. En ese sentido, cree que el periódico impreso es uno de los mejores canales para lograr su cometido. Y lo considera así porque está curtido en los rotativos. Concretamente, en uno de los más prestigiosos del planeta, The New York Times, para el que ha ilustrado incontables piezas de opinión y reseñas literarias. “De todos los canales de comunicación, el periódico es el más interesante por la inmediatez con la que puedes llegar a la vida de la gente”, señala. Comenta, también, que ilustrar las impresiones que una persona ha vomitado en un texto es una tarea que nace del trabajo colaborativo. “En mi caso, las conversaciones son muy importantes. No soy una persona pasiva trabajando”, detalla. Thomas, más que entender el texto escrito, interioriza aquellas ideas que habitan en él para poder ofrecer al lector, en un vistazo, un resumen gráfico de lo que va a encontrar en las líneas.

“Pero ese trabajo es ya algo histórico para mí”, sentencia. Y es que el ilustrador continúa desempeñándose como viñetista en el tabloide estaodunidense, pero con cada vez menos frecuencia. Reside en Berlín desde 2011, donde da clases en la Staatlichen Akademie der Bildenden Künste Stuttgart. Allí aboga por un estilo de enseñanza que huye de los cánones tradicionales y pone el foco en la transmisión de ideas. “Todo es muy horizontal”, dice.

En su faceta como creador, está cada vez más inmerso en las instalaciones artísticas de calle, un campo que entiende como “una evolución natural y lógica en su carrera”. Ha cambiado todo, pero lo esencial sigue intacto, porque it’s all about reach, todo pivota en torno al alcance. “Trato de hacer lo mismo que hacía en la prensa: conectar con la gente que no está en la burbuja del diseño. Hago instalaciones, arte participativo... Llevo muchos proyectos a la calle”, señala. Así, el escenario ha cambiado, pero no su objetivo: llegar a la masa. Antes, con el papel de periódico como vehículo; ahora, en la calle, sin transporte, sin intermediarios. Él, y su mensaje, cara a cara con el público.

Su inmersión en estas instalaciones y proyectos de arte participativo son fruto de la casualidad. Relata que en 2018 recibió un encargo de un colectivo artístico, financiado por el Consejo de las Artes de Inglaterra. “Me propusieron una residencia de 48 horas para realizar una obra en un espacio público”, recuerda. El colectivo propuso un museo como emplazamiento del proyecto. Sin embargo, Thomas consideró que “era mucho más interesante llevarlo a la calle”. Así, montó una instalación en una tienda abandonada en el centro de Liverpool. Versaba sobre el declive de la verdad y las fake news. “Mi idea era trabajar sobre las noticias falsas y los lugares desde donde nos llegan usando un código muy básico a través de una instalación interactiva”, precisa. En esta, los y las espectadoras se encontraban titulares de prensa, indistingibles de otra capa de información inventada por los propios liverpulianos. El éxito de la iniciativa fue rotunda. “Llegué a dar una charla en la BBC, en el programa Front Row”, rememora.

Tradición anglosajona

Gracias a esta inciativa “tan messy y espontánea”, muchas asociaciones comenzaron a extender invitaciones a Thomas para hacer más arte en la calle. “Viendo el impacto y la reacción de la gente, me entraron muchas ganas de seguir por este camino en mi trayectoria”, admite.

Una trayectoria que, a su juicio, está estrechamente vinculada a la tradición anglosajona de la denuncia social con el lapicero como arma. Desde la aparición de las viñetas satíricas en en el siglo XVIII, los británicos han ejercido un férreo control sobre los poderes fácticos e institucionales que los gobiernan. “Siempre ha habido ese espíritu de crítica sana y yo me siento muy conectado a ella. Formalmente, mi trabajo no tiene mucho que ver, pero el aim, el objetivo de mi trabajo está muy conectado al de artistas como William Hogarth y los caricaturistas políticos”, asegura. Los males que achacan a la sociedad son, entonces, el barro con el que Thomas moldea sus creaciones, que no se circunscriben a un estilo concreto. “Dicen que tengo un estilo, pero no sé cuál es”, bromea. Defiende, además, que el diseño industrial “no es una herramienta capaz de señalar enfermedades como el auge de la extrema derecha o los discursos racistas con la misma contundencia que el lemnguaje de comunicación visual”. “Hay un proyecto, Led By Donkeys, que trabaja en paralelo conmigo, en la calle”, apunta. Su campaña consiste en vallas publicitarias que contienen citas anteriores de políticos pro-Brexit o citas presentadas como tuits.